Escena de la Adoración de los Reyes Magos o Epifanía que es la advocación de la Catedral
Es esta sin duda alguna la escena más hermosa de las ideadas por maestro Ans, llamada a tener una amplia popularidad entre los intérpretes plásticos de su tiempo.
Aunque su modelo no es original y parece proceder de miniaturas de la escuela parisina de hacia 1415-1435, ("Maestro de Bedford" u otro similar) es suyo el tratamiento singular dado a cada una de las imágenes, que constituyen una unidad irrepetible.
Se representa el momento en que los tres viajeros han llegado a Belén de Judea y se acercan a la humilde morada donde ha nacido Jesús para adorarle y hacerle entrega de sus dones. El portal ocupa la mitad derecha del cuadro: es una edificación de estructura ligera, que simula estar hecha en piedra sillar, cubierta con tejadillo inclinado multicolor.
El tema principal es el de la ofrenda pero hay dos secundarios que lo complementan, el cortejo real y el Anuncio del ángel a los pastores de Belén del nacimiento del Redentor.
La Virgen que es el trono vivo del Niño Dios ocupa el centro de la composición. Es una mujer joven, de rostro redondeado y expresión pensativa, cuyas manos sujetan al hijo con dulzura. Hay que señalar que luce corona de reina sobre su larga cabellera rubia y que su túnica y manto se decoran con ornamentación en sus bordes hecha en relieve por imitación de tejidos bordados con orfebrería. El Niño, de cabellos dorados y cara sonriente, se envuelve en un pañal que le deja el torso desnudo. Parece ajeno a la actitud del más anciano de los magos (Melchor), que se ha desprendido de corona y ofrenda para besar uno de sus pies con respeto y devoción. Su gesto, totalmente insólito si se compara con el habitual en el tema, es el de señalar con su dedo índice la moneda de regular tamaño que sostiene con la mano izquierda, como si quisiera llamar la atención sobre su identidad y significado.
Es esta una moneda con restos de dorado en la que aparece un busto coronado de frente rodeado de una leyenda de difícil lectura en la actualidad. Monedas con busto de rey coronado de frente, en el área peninsular de la Corona de Aragón y en la segunda mitad del siglo XV, hay tres. En oro dos, el ducado de Juan II o "juanín", acuñado en fecha indeterminada en Aragón y Valencia desde 1477, y el "pacífico" del condestable Pedro de Portugal, acuñado en Cataluña. En plata una, el real, acuñado por primera vez en Aragón por Juan II.
La función propagandística que la pieza monetaria tiene de por sí, enfatizada por la presencia de la misma en manos del Niño, permite descartar su identificación con el real de plata. Por otra parte no olvidemos que la ofrenda de oro es, tradicionalmente, la del primer rey de la Epifanía, Melchor. Y puesto que no tiene sentido pensar que iba a ponerse en el retablo mayor de la Catedral de Zaragoza, que es como
decir en la primera iglesia del Reino, una moneda del rey intruso Pedro, enemigo de Juan II, y dada la consanguinidad de los prelados cesaraugustanos con la Casa Real de Aragón desde 1458, la única identificación posible que queda, es la del "juanín".
El "juanín" lleva, en su anverso, un busto coronado de frente, con cetro que rompe la gráfila o línea de puntos por la parte superior, y la leyenda IOHANNES DEI GRATIA REX, mucho más breve, desde luego, que la que aparece esculpida en la moneda del retablo.
Si se trató de representar una moneda real y existente, tuvo que ser el "juanín". Si se esculpió una moneda simbólica, su modelo de inspiración tuvo que ser, igualmente, el "juanín". En todo caso, la presencia de una moneda de oro en manos del Niño es una apelación directa al linaje real del que descendían los prelados zaragozanos desde el arzobispo Juan I (1458-1475). Y no se olvide, que el arzobispo que gobernaba la diócesis de Zaragoza cuando se encargaba el grupo de la Epifanía era Juan II, hijo natural del rey Juan I y hermanastro del príncipe heredero, el futuro Fernando II el Católico.
San José, digno apoyo de la Madre y el Hijo, aparece de pie, en un segundo término, a la derecha de la composición. Es un hombre maduro, con las manos curtidas por privaciones y trabajos, que contempla con sorpresa a los recién llegados.
En el fondo del portal hay tres vanos, de disposición y tamaño distintos. El del lado derecho de forma adintelada es una ventana en cuyo alféizar se sitúa un gato dedicado a lamerse sus extremidades. Su compañero en el lado izquierdo, terminado en arco conopial, deja ver un pesebre con heno donde se encuentran la mula y el buey. Debajo hay una hornacina que ha sido utilizada para apoyar la ofrenda del primero de los reyes magos.
Los tres Reyes Magos, Melchor, el hombre anciano, Baltasar, el hombre maduro, y Gaspar, el hombre joven e imberbe, ocupan el lado izquierdo del cuadro. Se desconoce si aquí, como en otros casos de Epifanías cuatrocentistas, se dio a los Magos los rasgos de los contemporáneos, reyes, príncipes y mecenas. De los tres visitantes, que difieren entre sí por edad, actitud y vestuario, el segundo, que espera en pie su turno para rendir homenaje al Hijo de María, es quién parece acomodarse mejor a un modelo real.
Y por sus rasgos, claramente septentrionales, podría sugerirse que se hubiese retratado el propio artista, es decir, maestro Ans, que por la edad que aparenta tener, la de un hombre no tan joven pero no un anciano, coincide con la del escultor cuando trabajaba en el retablo, con obra artística ya consolidada y en edad de contraer matrimonio.
Los tres reyes visten "traje real" a la moda de las cortes europeas de la segunda mitad del siglo XV. Jubones, calzas, zapatos, ropas y capas se adornan con pieles y joyas en un espléndido muestrario de elegancia y buen gusto. Y sus coronas y copas donde llevan el oro, el incienso y la mirra, repiten modelos de orfebrería de su misma época y estilo.
En el extremo izquierdo de la composición, junto al segundo de los magos, el escultor ha tenido espacio para tallar dos animales, llenos de gracia y sensibilidad. El primero de ellos es un sabueso con collar, sin duda escapado del séquito real, que olfatea unas huellas de camello que aparecen marcadas en el suelo. El segundo es una paloma blanca que se ha posado sobre una rama desnuda de hojas, síntoma invernal.
Los mozos y los rocines que se señalaban en el contrato han quedado acomodados por falta de espacio, en la zona más alta de la composición. Así se reconocen tres camellos y un joven palafrenero que parece dialogar con el más joven de los reyes que ocupa el último lugar en el cortejo. Seguidamente, encima del portal, asoman dos muchachos, vestidos a la morisca, como prolongación del séquito real. Y junto a ellos, en el lado derecho de la composición, hay un pastor dedicado a sacar sonidos de una cornamusa acompañado de su perro y un pequeño rebaño de cuatro corderillos blancos. La pequeña aldea, solicitada en la capitulación (Belén?) sirve de cierre paisajístico a la escena. La estrella, para la que no hay una iconografía precisa, – suele tener la forma de una flor, de una margarita de seis pétalos, o de una gran rosáceo -, tiene rostro humano de mujer con nimbo radiante, y se encuentra dentro del portal, encima de la Sagrada Familia.
Más información en www.cabildodezaragoza.org/
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