noches ininterrumpidas de los pasillos y los aposentos desiertos. Y que las vivencias de esas que partieron envejecerán en los estantes polvorientos del tiempo. Quien sabe. Lo que si estamos conscientes y sabemos como realidad, es que al comienzo la gente en sus hogares dejó que sus voces practicaran en el canto con diferentes posibilidades, el vino, la noche y el cansancio logró hacer lo que suele, llevarlos a los brazos de Morfeo, así el pueblo y su Rey junto con sus reinas huyendo en soledad bajo las sombras nocturnas, pudieron dormir sin la carga de cualquier complejo de culpa.
En palacio las esposas al retirarse a sus aposentos sentían un gran alivio, muchas
de sus enemigas, si podemos llamarla de ese modo pues muchas fueron las veces en que el Rey no se ocupó de sus deseos, sus ganas, por estar inmerso en otras cuestiones con algunas de las que ahora habían realizado el viaje. De ahora en adelante, les tocaba acostumbrarse al vacío de sus puestos en cada uno de los aposentos y espacios de palacio. En verdad que se podría decir que pocas por no decir ninguna se entristeció con la partida de ellas.
Riquezas y fama de Salomón
(2 Cr. 9.13–24)
14El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro; 15sin lo de los mercaderes, y lo de la contratación de especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra. 16Hizo también el rey Salomón doscientos escudos grandes de oro batido; seiscientos siclos de oro gastó en cada escudo.
17Asimismo hizo trescientos escudos de oro batido, en cada uno de los cuales gastó tres libras de oro; y el rey los puso en la casa del bosque del Líbano. 18Hizo también el rey un gran trono de marfil, el cual cubrió de oro purísimo. 19Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los cuales estaban colocados dos leones. 20Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y de otro; en ningún otro reino se había hecho trono semejante. 21Y todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada. 22Porque el rey tenía en el mar una flota de naves de Tarsis, con la flota de Hiram. Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
Ya sabemos qué ocurrió en la ciudad, lo que no mencionamos fue lo que pudo estar pasando con las mujeres, con nuestras Amazonas. Al trasladarnos al barco vimos que las mujeres no acostumbradas a navegar, durante las primeras horas, estaban casi todas en cubierta, como esperando una última señal del amo, confiadas en que era una pesadilla pero que de un momento a otro despertarían de ella. Nada de esto ocurrió, por el contrario apenas se alejó un poco el barco y desde esa cierta corta distancia se notaba a la gente dispersándose y yéndose cada uno a lo suyo. El resultado era que ya no había marcha atrás. Fueron momentos que en algunas mentes sirvieron para comparar, medir y entender lo que estaba sucediendo y a su vez tratar de buscar consuelo en alguien para lo que estaba por venir.
Cuenta una leyenda que el barco iba afligido por el camino, el lloriqueo casi a coro
de las mujeres durante las tres primeras noches hacía al mar entristecerse, y se dice que los seres marinos se apiadaban de las dolientes y parece ser que hasta el cielo se compadecía, pues esos días, el cielo también lloró, fueron tres días en que hubo lluvia.
Pero la vida seguía su curso y es muy difícil cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Pasada la primera semana muchas mujeres ya se habían adaptado al viaje, el mareo dejó de ser normal y constante, el rezo y la reflexión aminoraba temores y sufrimientos, la amistad comenzaba a florecer y como primer objetivo positivo de ese viaje, podríamos decir que estaban naciendo lazos afectuosos entre algunas de ellas. Y al final del día con la caída indetenible de la noche, más de una de esas mujeres con las manos cansadas de apretar el vacío, se recogió con su rostro entristecido como si lo tuviese maquillado con la pintura apasionada de una infinita vergüenza.
Qué pensaba en esos momentos El Rey Salomón es muy difícil de acertar, suponemos, algo de tristeza lo tuvo que invadir, tal vez hasta logró quitarse un peso de encima al no tener que permitir juzgarlas, no lo podremos saber, tal vez pronunció en silencio alguna oración, quien sabe. Tan sólo su mente pude tejer sus pensares, como tela de araña suponemos pescó para sí sus sueños, pues aquellas palabras que no pronunció su garganta suponemos se estrellaron en los vientos del olvido. Sin dudas que tuvo que haber sido un espectáculo triste y deprimente, ya que de algún modo, prefirió la máscara del silencio a la nobleza de las palabras. ¡Nada quedó escrito para la posteridad! Si haber vamos, de lo que si estamos claros, es que hubo un punto en el cual Salomón estuvo acertado con la decisión de haber mandado a uno de sus primos. Se puede decir que él fue el manto de lágrima de aquellas mujeres que aún siendo nobles, desconocían su destino, aunque estaban conscientes que habían sido enviadas al destierro. Pero como todo en la vida, con el paso de los días, ellas se fueron fortaleciendo y de la unión entre ellas, vino la fuerza; ocurrió lo increíble, como acabamos de decir, mujeres que durante tiempo habían sido enemigas y competencia, ahora colaboraban, se ayudaban, y trataban de consolarse unas a otras. El consejo general y repetido las había vuelto a la fe, a la creencia de lo divino, cada una retornó a los dioses de sus padres, y así reapareció otro cambio, y de lamentaciones vimos llegar calma y paz.
El amanecer del primer día fue con un sol espectacular, el cielo brillaba con un claridad inusual, el hecho de ir bordeando las costas, permitía ver una gran variedad de aves marinas, el chapoteo de las olas acariciando la quilla del barco, generaba un deseo de permanecer observando, era como si una especie de hipnosis colectiva se apoderara de las mujeres y éstas, no se cansaban de mirar, la manera en que con la popa cortaba la superficie del mar y ésta dejaba como rastro, un surco de decenas de metros. Ver desde lejos al barco era algo inusitado, pues además del colosal tamaño, era extraño el observar a tantas mujeres en la cubierta, les hacía pensar en cosas que a nada llegaban. Contar y detallar cada día con sus noches, una travesía que pareciera la repetición del día anterior donde lo único a la vista era el mar, las estrellas, el sol, y de nuevo lo mismo, sería tener poca imaginación, olvidar el recorrido sería de lo más injusto. Por ello debemos terminar y contar que el gigantesco barco lleno de mujeres, portando la bandera y el escudo de David atravesó el mediterráneo de un lado a otro, costeando por un lado a Italia, España, Portugal y del otro las costas de Norte África, y fue por ellas que bordeando las mismas fueron bajando sin detenerse. Eso permaneció así, hasta la tercera semana en la que el capitán giro su rumbo y encausó el barco hacia occidente, fue una entrega a lo desconocido imbuido en un conjunto de placeres, que hacían vibrar su adrenalina y que generaban un cosquilleo a sus temores.
Existía algo en el capitán que pareciera lo aguijoneaba en el fondo de sí, y al hacerlo, dejaba de lado sus verdaderos miedos, el conocimiento de que el hombre más sabio era quien había sido el que lo había encomendado a hacer este viaje, dentro de toda su rabia o dolor, le generaba cierta tranquilidad, pues él debería saber por qué o para qué era necesario este viaje. A este punto, lleno de angustias ya no sentía ganas de seguir dudando y vio que requería insuflarse con nuevos motivos de ánimo, un soplo de valor y coraje comenzaba a pasearse campantemente por todo su ser y desde ese punto, el capitán contagiaba un oculto optimismo.
Vivir un día en el barco, era llenarse de miles y miles de experiencias, dependería
de la ubicación que tomáramos y así las vivencias a ver serían inacabables. Por un lado la tripulación, que iba en busca de la nada, con meta no fijada, con un tiempo y fin incalculado e impensado, trabajando como con la obligación de llegar a hacer algo que no estaba ordenado y cargados de un temor hasta divino. Pero en resumen, podemos decir que era una tripulación instruida militarmente, llena de orgullo y respetuosa de sus obligaciones. Por el otro, los encargados de la logística, esos que debían dar de comer,
mantener la limpieza, y al final de aquellos que llenos de miedos y penas debían sacar desde su más profundo y perdido mundo, la capacidad de reír y hacer reír a las Amazonas. Y por último y dejadas en este lugar con todo el propósito, nos encontramos en los aposentos de las reinas y sus esclavas. Comentamos que al comienzo muchas de ellas lloraron, pero así como los días se sucedían de igual modo se inundaban de una supuesta fuerza que pensamos no real, pero que servía para demostrar a las demás, la falta de cobardía.
Recordamos los salones y los aposentos antes, cuando estos estaban vacíos,
luego, con la decoración de muebles, pieles y telas y ahora al retornar a ellos, podemos ver que no siempre un cuarto vacío luce peor que uno lleno, puede ser que el miedo, la tristeza, los mareos, la lejanía o mismo hasta la incertidumbre fueran responsables, pero los aposentos se veían tristes, como envejecidos, las mujeres no eran las mismas, una de las causas que nos parece razonables, es la de que habiendo sido ellas las escogidas para el destierro, ese aura de