nobleza, poder, respeto y otras actitudes similares, se perdió de una sola vez. Y eso que dicen de que la ropa no hace al monje, en esos momentos lucía como una verdad absoluta. Debemos hacer notar que entre tantas mujeres, había de todo, unas que ya no querían seguir viviendo, otras, que no habían asimilado aún lo que lo les estaba sucediendo y las que menos resignadas, estaban como absortas en sus pensamientos, incorpóreas en sus realidades, y poco creyentes de sus designios.
Había algunas mujeres que no paraban de ir y venir, subían a cubierta, caminaban
como si tuviesen un lugar al cual dirigirse, pero al llegar a un punto muerto, retornaban a sus habitaciones. Otras como se dijo miraban al mar, y el mismo oleaje formado por la quilla del barco, pareciera las hipnotizaba, las dejaba idas a un nivel tal, que era poco por no decir nada lo que sus oídos captaban de las otras cosas. Una de esas tardes casi agónicas se les presentó una imagen que para ellas pudo ser divina, vieron delfines brillar en el horizonte como olas borrachas. Eran unos peces no conocidos, que mostraban desde ya su inteligencia y daban la impresión de ser guías protectores del viaje. En el cielo cientos de aves volaban lentos, bajando y subiendo como si quisieran borrarlo meticulosamente con sus alas, ambas imágenes desconcertaban un poco y rompía violentamente cualquier concentración, el miedo no estaba solo, se presentaba acompañado de innumerables situaciones desconocidas e inimaginadas. En el contexto de lo que estamos viendo, debemos regresar a nuestras protagonistas, las mujeres, esas
mismas a las que ya se notaba iban perdiendo esperanzas y con ello entregándose a los brazos de la suerte o mismo de un destino injustificado. Hablamos de ellas y dejamos por un momento y sin querer de hablar de aquellas otras, que no por no imaginarlas, dejaron de sentirse mal, por estar mareadas, a un nivel que pasaron días y semanas con un mareo que pareciera invadir sus entrañas como queriendo saltar al mar abierto. De hecho, más de una y no podemos ni queremos decir cuántas, lo hicieron, se demostraba con esa acción que ellas, no podrían soportar todo lo que se avecinaba; de ellas, no quedaron registros que permitan certificar su cuantía. Mientras esto que no podemos ocultar sucedía, entre el ir y venir, de las mujeres, como mencionamos, fueron armándose nuevos lazos en muchas de ellas y lo que no era normal ver en tierra, ahora se podía considerar como algo usual, unas buscaban en otras motivos y causas para generar o mismo dar comienzo a una amistad. Se daban cuenta que de la unión vendría la fuerza y que con un idioma común, el de la amistad, podría ser construida una fuerza defensora para todas. A la pregunta inicial hecha a uno de los marineros, de que hacia dónde iban, cual era la ruta, o mejor aún cuál sería el destino, atónitos, pudimos escuchar: hasta el fin del mundo. Y en efecto, aunque no lo sabían a conciencia, América estaba al otro lado del mundo. Al rato ellas daban la impresión de que la respuesta les parecía razonablemente sensata, más con todo y ello, no se quedaron quietas, ante una duda no desvanecida, otra pregunta capciosa y sazonada por el temor. ¿Cómo es el fin del mundo? Con gran parquedad sentimos una respuesta etérea: invisible. Algunas mujeres trataron de imaginarlo, al no poder verlo, supusieron lo lógico, que por su mismo estado invisible, sería imposible de adivinar.
Por eso ya no era de extrañar el ver a las mujeres enfrascadas en conversaciones
insulsas, pero que tendrían algo de especial pues ellas, las comenzaban apenas con la salida del sol, cuando en cubierta se escuchaban los pasos de marineros que nada hacían o que perdían el tiempo viendo hacia el horizonte con la mirada llena de esperanza pero sin estar claros de sus deseos o intenciones. Y de igual manera que en los relatos de las mil y una noche, las mujeres lograban hacer entre ellas lo mismo que ocurre hoy con la Internet, pues de una a otra se pasaban los cuentos, las historias, hasta las mismas recetas de familia y algunas veces se escuchaban intimidades que hacían ver un cuadro de humildad y humanidad entre ellas, que hasta hacía muy poco aún eran de alguna manera y por así decirlo, enemigas o simples competidoras del amor de un hombre y hasta de una simple señal de afecto. En general la preocupación era casi siempre la misma, qué estaría pasando con su familia, sus hermanos, sus padres. Ahora se daban cuenta, habían cometido el error repetitivo de que el dinero o el poder no lo es todo en la vida, se sentían culpables de no haber sido más respetuosas de la familia, y es que desde el momento en que entraron a palacio, esos lazos habían sido cortados de raíz, el sentirse reinas las había elevado a unos niveles de los cuales ahora ya siendo tarde, quisieran no haber llegado.
Hasta el día de hoy, hemos venido escuchando y durante siglos se ha venido
diciendo que fueron los fenicios los primeros que llegaron a América, y se puede decir, por lo que sabemos, que es verdad, pues gracias a que ellos poseían el domino de los mares y la experiencia suficiente como para atravesar océanos, fueron escogidos y guiados con la bendición de Salomón quien además brindó su aporte en la construcción de este barco. Podríamos decir que ésta fue la primera vez en que ambas cosas unidas lograron el objetivo. No queremos con este libro, bajo ningún concepto quitarle a ellos, el privilegio que fue el logro
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